miércoles, 2 de junio de 2010

DOS VECES CON LA MISMA PIERDRA


Los domingos a la noche voy a cenar con un grupo de amigos, pero no es una rutina, es otra cosa: nunca estamos los mismos, muchas veces llevamos parejas, amigos o familiares y, lo más importante, hablamos profundamente de cosas de la vida de cada uno, ese sí, sería el ritual, sabemos que cuando nos juntamos, abrimos el corazón, la mente y el espíritu.

El domingo pasado, cuando salimos del restaurante, la noche era limpia y fría y decidimos caminar. Es lindo caminar de noche en invierno si se está bien abrigado. Se despeja la mente y el cuerpo se va poniendo cada vez más cálido mientras avanza atravesando el aire helado.

Antes de dejar a martin, Lorena agradeció por esas noches de domingo a las que cada uno asistía a voluntad, sin reclamar nada, sin obligación. Miré a Martin, pensé qué lindo que un amigo te diga algo así y se lo dije. El sólo asintió con la cabeza y escondió sus emociones acurrucándose en su campera.

Lo dejamos en la esquina de su casa y Lorena y yo seguimos. A las pocas cuadras nos empezó a acompañar un perro callejero muy simpático. Lorena me agarro fuerte del brazo y caminamos firmes hacia adelante, pero el perrito era lindo de verdad. Lorena me comentó que pensaba en tener un gato.

Yo pensé en Umma, mi perra a la que amo como a alguien que es parte de mi familia, umma para mí no es una hija ni algo por el estilo, es una hermana, una gran amiga, digo esto porque es muy común escuchar que se le dice al perro, venga con papa, o giladas de ese tipo. Que por suerte no es mi caso.
Y se me vino a la cabeza una frase que leí hace poco: “Todo lo que vale la pena conocer deja moretones”. ¿Cómo es? ¿Sabemos que vale la pena pero también sabemos que va a doler? Volver a enamorarnos, volver a comer algo rico con lo que alguna vez nos empachamos, volver a tener un perro que se va a morir, ¿no es tropezar dos veces con la misma piedra?

Hablé de esto con Lorena, El perrito en algún momento nos dejó ir, quizás a él también le daba miedo ser abandonado otra vez y prefería la seguridad de la calle. Aunque no creo, se hubiese animado a un nuevo dueño tan sólo con una caricia.

Nos separamos y seguí caminando solo, hubiese caminado más pero ya estaba cerca de mi casa y entré por instinto, como los caballos. Me miré en el espejo. Busqué los moretones que todavía me dolían, pero no encontré nada. Sonreí pensando en lo bien que la había pasado.

1 comentario:

Esculapio dijo...

Mar adentro, a manotazos en el oleaje bravo y oscuro de la desesperación, para mantenerse a flote en el monólogo interno consuela cualquier madero. Aunque sea de plomo.