viernes, 27 de julio de 2007

un lugarcito

Puedo decir de mi casa que está en un barrio bien abierto pero apretado, puedo decir que está a una hora desde que termine de escribir esto.
Si me preguntan, puedo decir que está bastante bien mi casa.
A mi casa le cabe una cocinita chiquita chiquita, una salita donde está una mesa de madera decorada con fernet y un sillón que me compré para ver el mundial.
En el patio hice un asador para que mi señora me respete, y debo decir que quizás exageré en sus dimensiones, pero es así, el asador de uno termina donde empieza el asador del otro.
Si subo por la escalera de madera, llego a mi pieza, un espacio un poco impersonal, para ser sincero.
El baño, austero y limpito, estaría bueno si uno se pudiera bañar sin caer en hipotermia, está bien, no es culpa del baño, pero cuando pasamos por la cocina ignoré intencionalmente al puto termotanque, no le quería dar entidad.
Si doblamos a la derecha entramos a la salita, una gruta de 2,5 x 3 metros que bien mirado como lo miro yo se parece al Tah Mahal. Hay en la salita un tablero de madera, pálido, cercano y querido. Lo compré en barrio General Paz, un día que fui arquitecto, a un carpintero amigo de mi viejo. También tiene manchas de fernet (como las de la mesa) que van escribiendo la letra de un tango un día, de una de Canario Luna el otro. Y me besan los codos, y me preguntan si me acuerdo.
Me separé del tablero cuando me fui de la casa de mis viejos, no quería incomodarlo en lugares poco propicios... sin duendes ni espacio, así que cuando vi por primera vez la sala, me dije que ésta era la casa.
Tuve que firmar el contrato de alquiler, llenar formas y casarme para llevar el tablero. Le puse una lámpara al norte, al este unos cuadritos con fotos de mis amigos, chica con vestido de comunión y una radio chiquita. Le dije que si quería podía abrir las ventanas para que el sol entrara. Creo que no le cayó en gracia que pusiéramos la tabla de planchar a un costado, pero entendió que todo era parte de la negociación. Está en un buen momento el tablero, es como esos delanteros a los cuales la edad les sienta de tal forma que pueden tirarse unos metros atrás y repartir el juego con autoridad, sin pedirle tanto al músculo. Formamos definitivamente un buen equipo, el tablero y yo.
Cuando vi las dos rayitas lo supe. La flaca me abrazaba, lloraba, reía. Yo estaba contento, realmente contento, no en todas mis vidas tuve una hija, pero no la pude acompañar en la efusividad. Me avergoncé un poco.
La panza va creciendo y cada vez ocupa más lugar en la salita, el tablero presiente, sabe, calla, va doblando las patas y me mira de reojo, sin gestos, él tampoco es muy efusivo.
Mañana llega la cuna. Ojalá a mi Emma le guste dibujar.

Recuerdos del Salón Oval

Yo me pregunto: ¿dónde estábamos antes de nacer?
Yo me respondo: con cientos de hermanitos,
seguramente boludeando...

Dr. Galletti