martes, 6 de noviembre de 2007

EL CUENTITO QUE YO ME HAGO...

EL CUENTITO QUE YO ME HAGO...

Soy León Molina. 33 años. Esposo de Laura y padre de Simón y Bernarda. Hijo de Adolfo Molina, empleado y ahora jubilado, y de Titina Paez, maestra ahora jubilada.
Cuarto de 5 hermanos. Estudié Comunicación Social, en la UNC, y Marketing, en el IES. Me quedó un trecho de cada carrera sin terminar... por lo general no termino las cosas que comienzo.
Creo que uno debe ser coherente en la vida. Trato de darle coherencia a la mía. Lo que hago, lo que digo, lo que pienso.
Lo que pienso...
Pienso cada cosa que hago, y tengo enorme predisposición a terminar definiéndome en el otro. Suelo imponer el deber como vía hacia el placer. Intento protagonizar mi historia, y tiendo a creer que todos son parte de esta... mi historia. Así, como personajes de una novela. Algunos, personajes principales, otros, secundarios.
Un cuentito bien armado... y a mi me encanta escribir buenos cuentitos.
Me relato la vida como una narración literaria.
Y a veces el protagonista sufre, porque las historias con drama siempre fueron interesantes.
Y a veces ríe, porque al drama hay que sumarle la comedia.
Trabajo como gerente comercial de una empresa, donde muchas personas están a mi cargo. Con ellos, como con todos, intento dejar mi marca.
Me mezclo en mi historia, y mezclo a todos.
Suelo generar una expectativa en los demás, que después me cuesta sostener. Y sufro por ese monstruo que a la vez alimento a diario.
Mi característica personal es la creatividad, y un enorme esfuerzo por hacer que las cosas se hagan, que los desafíos se produzcan, que se generen los cambios.
En ese esfuerzo, desordeno las prioridades hasta el caos. Me pierdo en mi propio laberinto.
Siento orgullo por lo que hice, pero nunca por lo que estoy haciendo.
Soy siempre el anterior al que quiero ser.
Tengo una voz que me advierte: “No dejes que todo aquello que te enorgullezca sea para después. No generes un viejo interesante. Relajá ahora”.
Arranqué sintiéndome una joven promesa. Cada día dejo de ser más joven, y todavía no sé si me interesa cumplir con una promesa, que en definitiva le hice al mundo, al tercero, a mi padre, a mi esposa, a mis amigos y a unos cuantos perfectos desconocidos...
Tanta energía diaria, tanto esfuerzo, tanta presión sistemática, sin saber con certeza si tiene sentido... Sin pedir reciprocidad, aunque esperándola todo el tiempo.
Tanta generosidad por el otro es sospechosa hasta para mí mismo.
Prioridades desordenadas.
Un monstruito difícil de sobrellevar. Cansancio y agotamiento, y una necesidad absoluta de no seguir pretendiendo ser un héroe, ni un sujeto solo, ni alguien especial, ni nada...
Un tipo que se escribe un cuentito, lo cree, lo siente, lo actúa... y lo cansa.


2003. En un curso del Indio Fernandez

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