lunes, 21 de marzo de 2011

DEL SUPLE MUJERES AL DIA (DIA A DIA) PRETTY WOMAN

MUJER BONITA Te tiembla la pera. Estás haciendo zapping, y si de repente de topás con uno de los mil dientes impecablemente blancos de la Roberts sonriendo, y de nuevo… te quedás, otra vez, con la pera temblando. No hay nada que objetivamente te guste, pero la historia de esa Cenicienta turra, que va directo de la esquina del levante callejero, a la mansión de uno de los tipos más ricos, más románticos y más fuertes de Nueva York, te hace cómplice, te engancha, inevitablemente. Pretty Woman disparó hasta las lunas de Júpiter la carrera de Julia Roberts. La historia no podía ser más simple: una chica recurre a la más antigua profesión de las mujeres, y se calza una minifalda que muestra los centímetros interminables de sus piernas. Está de suerte esa noche. Solo y cachondo, pasa por el boulevard de esos sueños rotos de chicas fáciles y dóciles, Edward Lewis, un Richard Gere seguro de sí, y con más dinero en la cuenta, que la reserva monetaria de los bancos centrales de toda América junta. El tipo baja la ventanilla, y hace un trato rápido. Entre que es un hombre ducho en negocios y que la chica está más necesitada que jubilado a fin de mes, el acuerdo se cierra en un abrir y cerrar de ojos. Del cuartito desordenado de amigas solteras, la Roberts para a una suite presidencial en el Regent Beverly Wilshire. Vivian (la mujer bonita en cuestión), mastica chicle a lo pavota y abre sus ojos de tal forma, que Diego Rivera hubiese podido pintar uno de sus murales y todavía le sobraría espacio. La chica es inocente, fogosa y cumplidora. Y al tipo le cae tan bien, que por tres mil billetes verdes, la contrata por la semana entera. Si van a ser tantos días, es mejor que la chica se compre ropa. Así como está, es obvio que es un gato de la calle hasta para el más cándido que se la curce. Ahí va, Vivian, con la tarjeta dorada a hacer compras. Y te tiembla la pera… Es un sueño que te avergüenza reconocer… el poder ir a las tiendas más lujosas del mundo, con una tarjeta con saldo de compras ilimitado. Lo que sigue es obvio. Como a Pigmalion, el tipo va transformando a esa chica de horizontes tan bajos. Y ella, a su vez, va modificando la vida vacía y solitaria del ricachón. Hay personajes secundarios que suman a la historia de amor (la amiga de Vivian, el conserje del hotel), y otros que se oponen (el amigo de Edward). Desde el arranque adivinás el final, pero no importa: a este tipo de películas, le perdonás todo. El muchacho se enamora, y le declara amor eterno. Y los dos se salvan la vida mutuamente. Cuando por la radio escuchás la canción Pretty Woman, recordás a la tipa, a sus botas, su chicle, su peluca y luego su final de princesa salvada por el príncipe encantador. Y aunque te estén mirando no podés evitar: te vuelve a tiritar la pera.

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