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miércoles, 16 de junio de 2010
Una especial de muzza
Una especial de muzza, con jamón y morrones.
Cerquita, el día del padre.
Como te dije, la vi de nuevo. Gracias.
Otra vez, (otra de tantas miles).
Esa pura y simple felicidad.
Estabamos alrededor de una mesa cuadradita
de esas de los patios de comidas rápidas.
No había casi otra gente,
lo que daba más volumen al espacio exterior.
Al fondo se perdían los ruidos destellantes
y las luces de acrílico de un neverland con estética retro y pop.
La mesa sería de menos de un metro por uno,
de vidrio y metal cromado.
Ocupamos varias sillas con las mochilas del cole, los abrigos, tu cartera,
el palo de hockey de Agustina y una cajita de zapatos primorosamente forrada de azul
que guardaba como un secreto industrial el puente de papel que Clara hizo en Tecnología.
Qué se yo.
Cerquita, entonces, nuestras caras.
Divertidas y redondas.
Como la pizza humeante.
Me tomé un segundo entre una respiración y otra.
Los miré a cada uno. Casi viéndome.
Travelling de realismo mágico:
Clara, Agustina, Joaquín. Vos. Y yo.
Una banda. Tanto.
El orgullo me justificó.
Me palmeó la espalda con confianza,
Con satisfacción.
Un baño tibio de alegría para terminar el día.
Lo supe. Mejor dicho, supe que lo sabía.
Esta verdad está ahí, tan viva como vos y yo.
Panorámica luminosa, “clara” y “augusta”.
Alumbrando tu flequillo, morocha,
con mis ojos color del tiempo.
(Supe verte. Y logré robarme).
Y vino volando lo demás.
Hasta el hoyuelo en la barbilla de Joaquín.
Todo esto es una irrefutable belleza.
Hasta este poema. En el que vivís como la primera foto.
Siempre luna, que pone sueños en el aire
y las estrellas en el techo de las noches de mi.
Entre los girones de una almohada deshilachada,
en una bohardilla en la calle San Alberto,
más allá de la soledad.
16/06/10.
Cerquita, el día del padre.
Como te dije, la vi de nuevo. Gracias.
Otra vez, (otra de tantas miles).
Esa pura y simple felicidad.
Estabamos alrededor de una mesa cuadradita
de esas de los patios de comidas rápidas.
No había casi otra gente,
lo que daba más volumen al espacio exterior.
Al fondo se perdían los ruidos destellantes
y las luces de acrílico de un neverland con estética retro y pop.
La mesa sería de menos de un metro por uno,
de vidrio y metal cromado.
Ocupamos varias sillas con las mochilas del cole, los abrigos, tu cartera,
el palo de hockey de Agustina y una cajita de zapatos primorosamente forrada de azul
que guardaba como un secreto industrial el puente de papel que Clara hizo en Tecnología.
Qué se yo.
Cerquita, entonces, nuestras caras.
Divertidas y redondas.
Como la pizza humeante.
Me tomé un segundo entre una respiración y otra.
Los miré a cada uno. Casi viéndome.
Travelling de realismo mágico:
Clara, Agustina, Joaquín. Vos. Y yo.
Una banda. Tanto.
El orgullo me justificó.
Me palmeó la espalda con confianza,
Con satisfacción.
Un baño tibio de alegría para terminar el día.
Lo supe. Mejor dicho, supe que lo sabía.
Esta verdad está ahí, tan viva como vos y yo.
Panorámica luminosa, “clara” y “augusta”.
Alumbrando tu flequillo, morocha,
con mis ojos color del tiempo.
(Supe verte. Y logré robarme).
Y vino volando lo demás.
Hasta el hoyuelo en la barbilla de Joaquín.
Todo esto es una irrefutable belleza.
Hasta este poema. En el que vivís como la primera foto.
Siempre luna, que pone sueños en el aire
y las estrellas en el techo de las noches de mi.
Entre los girones de una almohada deshilachada,
en una bohardilla en la calle San Alberto,
más allá de la soledad.
16/06/10.
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