Estás en una librería, por ejemplo -y digo por ejemplo para tratar de eludir la solemnidad que proporciona un hecho verídico-, se acerca una nenita con mirada tierna y te pregunta: señor, ¿cuánto sale esta libretita? De pronto desaparece casi intuitivamente, ferozmente, la idea original de ternura y es reemplazada por una angustia que se transforma a su vez en impotencia y desemboca en una ira colosal (siempre quise usar ese adjetivo, y precedido por ira suena mucho mejor). La nena te dijo señor y al mismo tiempo te confundió con un empleado de comercio, mierda, completito, eh, eso sí que es una señal. Y entonces te quedás perplejo un par de segundos pensando en responderle algo así como: “seguramente esa libretita cuesta un poco más que la caja de forros que deberían haber comprado tus viejos para evitarte, pendeja hija de puta”, pero no se lo decís porque ella no tuvo la culpa de haber actuado en consecuencia de una realidad ineludible, característica esencial de todos los niños según la sabiduría popular. Yo no trabajo acá, balbucéas, y ella te mira como diciendo cómo es posible, y se va hasta donde está su mamá pero no deja de mirarte porque para ella siempre serás el señor que atendía en la librería.
Importante: Antecedentes
La primera vez que te dijeron señor fue por teléfono y fue una de esas pelotudas que te llaman para ofrecer alguna cagada. Sí, señor, le explico en qué consiste el servicio…Lo dijo, fue un tincazo en los huevos, te dijo señor la muy hija de puta. Cuesta digerir esa sorpresa, pero cuando comienza a reiterarse este tipo de trato telefónico, tu cabeza, que siempre te engaña porque está en todas, te hace creer que eso pasa porque tenés una voz de macho que mata. Hasta que decubrís que en los bancos, en las cafeterías, en el boliche y en la puta calle, todos, sin excepción todos te dicen señor. Ya nadie te trata de pibe esto, flaco aquello, no, ahora sos un viejo sorete. Pero tu cabeza te vuelve a convencer de lo contrario y vos te la creés porque no te queda otra y te decís: claro!, era la barba, qué boludo, cómo no me dí cuenta antes. Pero ni bien te afeitás, descubrís que no hay vuelta que darle, ya no sos un pibe, asumilo y tu cabeza ya no puede hacer nada al respecto porque sin ir más lejos, en la parte superior queda muy poco pelo, y la verdad no se puede andar todos los días con gorra.