Mientras el bandoneón de Astor se desliza entre bajos y fondos fabulosos, guitarras eléctricas y pianos arlequinescos de leyenda, con un ronquido que respira ciudad por todos lados, edificios y bondis, ventanas sin balcón, humo y bocinazos, se me da por envidiarlo a Nonino -sanamente o no, no creo que le importe-. Qué bien te fuiste Nonino. Millones, desde aquellos años cincuenta, te saludamos con el corazón hecho un puño cada vez que escuchamos tu canción. Porque cuando el fuelle famoso empuja al violín que cae en Sol, no conozco a nadie que no sienta un suspiro lánguido y hondo, que le lagrimea el bobo, parando los latidos para no desafinar.
Soy padre de tres. Tal vez me toque.