Probablemente este ejercicio de conexión virtual sea -entre muchas otras cosas y como tantas-, vano. De todos modos me rindo a la escritura. No hago más que caer bajo el influjo mágico de la letra. Misteriosamente pleno de tensión y de silencio. Fuera de toda frontera. Lavo culpas. O me despojo del vacío. A media marcha entre la melancolía y la paciencia. Se me vinieron a la memoria unos fotogramas perdidos de una película, las sensaciones de una noche. Una noche mítica podría ser, -con el encanto ese por lo trascendente, por el sentido o el significado sólo sugerido, que se va develando después. Al paso de un tiempo digamos existencial. -todavía no hemos logrado descubrir si el tiempo fluye regularmente, creo que dijo alguna vez un personaje de Oesterheld.
A la fundación mítica de la noche
no la viví en lo profundo de una caverna.
Más bien, en la superficie.
La congoja que siento
me lleva a justificar
que no fui más allá
del oleaje, de esa playa.
Arropaba en sombras la noche.
Plateada en la espuma por la luna llena.
Tibia, al compás de una brisa liviana y ágil.
Fuimos a ver salir la luna del mar.
Caminamos al lado por el escote de la ensenada.
Brillantes los ojos, alegres las manos y las risas.
Como una danza de pies mojados
y gotas, finas gotas, de arena y agua salada.
No te quedaste. No sé si fue así.
Pudo haber sido.
Lo miro desde aquí,
parado un momento en el punto de fuga
entre tu sueño y el mío.