Cuando uno tiene 10 años y juega al fútbol no hay barrio que pueda, ni por asomo hacerle sentir el desarraigo. Claro, menos Barrio Muller. Yo tampoco venía de Notting Hill, pero tengo que reconocer que el cambio de superficie no colaboró con mi carrera deportiva.
Ya no era yo, jefe del asfalto, estrella del pavimento de General Paz. Porque éso era... Beckham.
Pasé de la gloria, la fama, las mujeres, a ser un enano medio antipático y encima, con tierra hasta en el orto.
El Beto era el jefe de la cuadra, se había ganado el escalafón con un par de peleas de cabotaje y una visita a las Ponce que nadie nunca confirmó y de la que yo siempre desconfié.
Mi sumisión a su mando no era hija de esos detalles que al parecer resultaban un buen currículum en barrio Muller. El Beto se ganó mi admiración cuando lo vi jugar a la pelota. No fue su don de juego, habilidoso, irascible, encarador. Tampoco fue su color, sospechósamente oscuro y mucho menos su coraje para tirarse al río a rescatar la pelota. Lo que me sacaba, lo que me llenaba, era que el hijo de puta, jugaba descalzo. En las siestas de Enero... tun tun tun los talones y plash contra los rivales championes. Tenía en la cadencia de sus movimientos algo que después vería en tipos como Michael Jordan e incluso en alguna concursante de Patinando por un sueño. Poco le hubiera costado bautizarlo a alguno de nuestros relatores poetas: “brishosa Gacela” hubiese dicho Miembro, “zigzagueante cristal de ónice” sin dudas, Mariano Closs.
Supongo que él creía que eso de jugar casi desnudo y parado sobre sus callos le daba cierta autoridad sobre nosotros, ja!
Me tomó un buen tiempo, pero a los meses de mudarnos me había ganado un lugar en el equipo y algunos hasta se habían olvidado de mi pasado de glamour y lentejuelas.
Si bien nunca pude jugar descalzo a la pelota logré una adaptación más o menos digna a la tierra. Disfrutaba de jugar y de verlo jugar al Beto, me tiraba una pared y se la devolvía redondita, después relojeaba a mis compañeros como diciéndoles “vieron giles, así hay que devolvérsela al Beto”
En Muller había más tierra que en General Paz, y en Renacimiento había más tierra que en Muller. Recuerdo que la Betty me dijo una vez que no fuera para aquellos lados, me lo dijo así: No te vayás para aquellos lados. Ahora supongo que ella pensaba que en Muller ya había más tierra de la que yo podía pisar. Pero el partido ya estaba armado, la barra del Gavilán nos esperaba a las 2 de la tarde en la “cancha grande”, había que jugar antes que los grandes empezaran a venir. No se habló de otra cosa durante toda la semana. Yo al Gavilán no lo conocía, bah, lo conocía de cuentos, decían que se la chapaba a la Ivana, hablaban de un episodio confuso con un taxista, y de que cada tanto se iba de vacaciones como 6 meses a la casa de una tía de Buenos Aires.
Salvo por el hecho de que se la chapaba a la Ivana, a mi el tipo ni me iba ni me venía. Aparte nosotros lo teníamos al Beto que encima jugaba descalzo.
Ese sábado yo estaba para cocinarlo al Gavilán con papas y arroz, ese sábado cuando me levanté medía como medio metro más, si cuando me mandaron a la panadería hasta la saludé a la Mariela y la Mariela me saludó y además me sonrió.
Al lado de la cancha grande, a las 13:50hs de ese sábado, mientras el Beto se ponía las zapatillas pensé que, a lo mejor, a la Mariela le tendría que haber chantado un beso.
2 comentarios:
hijos de fontarrosa: unios!!!!
bien muerto está robertofontarrosa. tan bien muerto que sigue vivo reencarnado en el espiritu de otros, lectores suyyos o no, pero que mantienen viva su presencia.... como poseidos de su misma esencia.
ahí va el capitán Beto, por el espacio
¿dónde habrá una ciudad en la que alguien silbe un tango?
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