He aqui una persona que admiro. Ella y su mirada. Ella y sus miradas. este espacio tiene sentido, si Marisa se suma y comparte su locura infinita con nosotros. He aqui unos disparos cortos, que me parecen pensamientos internos, como si nos permitiera meternos en su cabeza, justo cuando está elaborándonos, como una visión en linea de su proceso reflexivo ante las cosas mas cotidianas. Señoras y señores: con nosotros, Marisa Haedo
Por Marisa del Valle Haedo.
La insignificancia del termino “triKini”
Leyendo una guiíta en Buenos Aires, de ésas que recomiendan lugares, marcas y notas de interés, leí un reportaje sobre el lanzamiento de un revolucionario traje de baño: el Bikini.
Entre los datos anecdóticos, contaba que se promocionó como “el traje de baño más pequeño del mundo” y el “único que cabía dentro de una caja de fósforos”.
Un ingeniero cuyo nombre no me acuerdo, fue su creador, y tuvo que contratar a una bailarina de caño para que lo paseara en público en una playa, ya que ninguna modelo aceptó modelarlo.
El “bikini”, fue rechazado por ligas de amas de casa. Su uso se prohibió el en concurso de miss universo, y todo indicaba que el invento fracasaría.
Pero fue Brigitte Bardot quien se animó a usarlo, y de ahí en más todas la siguieron. Desde la bailarina de caño hasta la señorita miss universo: todas.
El caso es que el nombre “Bikini” hace referencia a una explosión que ocurrió en una isla (en realidad un atolón), en un lugar muy muy lejano. Uno de los primeros “ensayos” atómicos de los yankies. ¡Boom!.
Se lo dijo la bailarina cuando el ingeniero le mostró la diminuta prenda: “Esto causará más estruendo que el de Bikini”, y al ingeniero le gustó el nombre.
Nada tiene de alusivo el término “bi-kini” a las dos piezas que forman el traje de baño, por eso me atrevo afirmar que “la Tri-kini” es un invento del subdesarrollo.
Por Marisa del Valle Haedo
Nunca se debe confiar en la primera impresión que nos causa un taxista.
Subo a un taxi en Chacabuco y Rondeau, trato que mi mano no toque el asiento jamás. Reviso simplemente el aspecto del taxi, y llevo mi vista hacia afuera.
Sonrío al escuchar que desde el equipo, y no desde la radio, sale la voz carrasposa de Franco Simone. Imagino que en las próximas tres cuadras vendrán a mí muchos recuerdos de la infancia. Tomo conciencia de lo “profundoymeloso” de las letras: “deja que pase un momento y volveremos a querernos...y volveremos a querernos”...
Pongo mi atención en el taxista. Está gordo y con unos pocos pelos largos en la cabeza. Me pregunto si estará enamorado. ¿Por qué eligió esa música?¿Por qué tiene ese casete?.
Franco sigue: “Y te amo, te amo, te amo, te aaaaaaammmmooooo” y el taxista se hecha la puteada más grande que recuerdo haber escuchado y no para en las próximas cinco cuadras, literalmente de putear.
Cuando deja de hacerlo y sin que yo le pregunte nada, me cuenta una serie de eventos desafortunados de su vida, las edades de sus cuatro hijos, de su casa en las sierras y las enfermedades de su mujer.
Al final del viaje, el tipo termina cayéndome casi simpático. Olvidé lo que estaba escuchando.
Por suerte llego a casa y paso a lavarme las manos.
Nunca hay que hablar de lo que uno tiene pensado hacer en el futuro. Por ejemplo: si uno tiene pensado salir de viaje no debe comentarlo en un taxi. Nunca se debe confiar en la primera impresión que nos cause un taxista-
Por Marisa del Valle Haedo
Domingo, siete de la tarde: la hora de Disney.
Quienes tenemos hijos sabemos que hay dibujitos animados a toda hora en por lo menos en cinco canales.
Los que no los tienen, saben que hay un grupete de canales en donde pasan dibujitos animados a toda hora en por lo menos en cinco canales.
Antes, los domingos a las siete de la tarde, era la hora del “Maravilloso Mundo de Disney”.
Era cuando las madres planchaban la ropa, o por lo menos los guardapolvos, mientras calentaban las sobras del mediodía, que eran por lo general asado o pastas caseras.
Caía la tarde y el mundo fallecía. Era melancolía lo que flotaba en el ambiente.
Si comenzaba el programa, y después de “Campanita” presentaban dibujitos, ¡estaba todo bien!. Si no, la semana entera se presagiaba nefasta.
Hoy, la gran diferencia es que el domingo a las siete, cae la tarde y el mundo fallece. Pero ya no hay esperanza.
Por Marisa del Valle Haedo
Hace diez años que nos conocemos y no nos saludamos
Mi chico se levanta de la mesa para ir al baño de hombres. Tras él, va el tipo que está acompañando a la periodista que está sentada en el bar hippie-cool en el que nos encontramos. Aunque nos tenemos fichadas, no da para saludarnos.
Córdoba es así: uno se ve desde siempre, sabe más o menos a que colegio fue el otro, qué hace, para quien trabaja, de quién es amigo y de quién no; puede ser que tenga diez años de rodar por el ambiente de la música, del teatro, del periodismo, de la fisioterapia, de la publicidad... ¡pero no nos saludamos!. Nos desconfiamos.
Y está bien que lo hagamos, porque nos conocemos.
El tipo vuelve a la mesa antes que mi chico. Pienso que no se lavó las manos. Pienso en la desigualdad entre los sexos. Ellos quizás sin antes haberse cruzado jamás ya saben cuál de los dos la tiene más larga.
Por Marisa del Valle Haedo
Lo que no nos contamos.
Me cruzo en la calle con Eugenia. No sé bien cuántos hijos tiene, ni cuántos años es mayor que yo. Y ni siquiera estoy segura de que lo sea. Me quito uno de mis auriculares para besarla y le pregunto: “¿Todo bien?”
¿Todo bien? ¡Qué frase vacía! Pienso. Y, entre esas dos palabras, toda una película pasa frente a mis ojos y me arrepiento de lo que he terminado de decir.
Su pelo está seco y sin peinar. Su cara lavada, y se le nota que hace meses que no duerme bien. Tiene la carga y el abandono de quién está resignado. Le pesa un mal de los que no se cuentan. Quizás su marido le esté poniendo los cuernos.
“¡Hey... ¿todo bien?!”, se cruzan dos pibes en la misma calle. Uno tiene una guitarra colgada al hombro. El otro pantalón de vestir y camisa. Debajo de las mangas, seguramente llevará para siempre un par de tatuajes. Y no dá para que el de la guitarra le conteste: “No loco, con vos todo mal”.
No dá para contar. Lo único que se puede hacer es responder con esa frase vacía “todo bien”.
Pienso que esta muletilla debería caer en desuso.
Por Marisa del Valle Haedo
Carlos Paz, un lugar de retiro.
En Carlos Paz, más para el lado de la comuna de San Roque, hay un convento y una casa para retiros espirituales. Supongo que debe ser de los Salesianos, ya que Jorge siempre lo recuerda así de cuando iba --hace más de veinte años-- con los chicos de Pío.
Este verano vimos desde la orilla, cómo un grupo de unas 150 personas bajaban de la casa y cruzaban el río. Cantaban alabanzas, llevaban banderas, se abrazaban y desparramaban euforias de fe.
A nuestro lado, varias chicas cola arriba tomaban sol.
Hay otro tipo de retiro que se produce en Carlos Paz: es el de los locos que se van de Buenos Aires; el de los que tienen cuentas pendientes. El de los que se escapan de las drogas, de la mafia. De los que salieron de la cana y no quieren volver. Y el retiro de actores de cuarta y de vedette chacabucas.
El retiro de los viejos ricos que por fin deciden irse a vivir a la casa de fin de semana; y el de los hijos que toman, para irse a vivir, las casas de fin de semana de los viejos ricos.
Con Jorge intentamos hacer el retiro de los que quieren vivir en la montaña. Pero, a la vez, pedir por teléfono una pizza y que la pizza llegue. Fracasamos. La casa que alquilamos resultó ser de un viejo alemán que la construyó para pasar ahí sus últimos años. Era adorable. En sus postigones de madera, tenía corazones. Y en el parque, pinos, nogales, moras, álamos, olmos, pájaros carpinteros y hasta el nido habitado de un hornero. En la tranquera, le habían puesto un buzón con forma de casita donde anidaba un “churrinchi”.
Pero nosotros, en esa casa, sentíamos que envejecíamos.
Por Marisa del Valle Haedo
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